Transcribimos a continuación las impresiones de una de
las chicas mexicanas que durante 4 días ha recorrido la ruta desde Pallerols
hasta Andorra
En 1937 san Josemaría pasó por los bosques de Rialb en
dirección a Andorra, debido a la persecución religiosa que había en una de las
zonas de España durante la Guerra Civil de 1936-39, para así poder ejercer en
libertad su ministerio sacerdotal.
Casi 90 años después, en 2023, un grupo de 33 chicas
jóvenes mexicanas decidimos seguir el mismo camino. Mientras que san Josemaría
encontró una rosa de madera estofada como señal de que debía seguir adelante,
nosotras también encontramos una caricia de la Virgen en cada Misa, en cada
comida, en cada ascenso y en cada caída.
El 19 de julio salimos de la Ciudad de México, con el
fin de participar en la Jornada Mundial de la Juventud con el Papa Francisco en
Lisboa, Portugal. Antes de la semana que pasaríamos en Lisboa, decidimos hacer
un recorrido mariano por distintos santuarios de la Virgen: Guadalupe,
Montserrat, Torreciudad, Lourdes, el Pilar, Fátima… Y, como eslabón dentro de
nuestra peregrinación, el paso por los Pirineos. Para nuestro grupo, igual que
para san Josemaría, hubo un antes y un después del Rialb.
Después de unos días por el norte de España, llegamos
el 24 de julio a la Rectoría de Pallerols, una antigua edificación ubicada en
lo alto del bosque de Rialb. Ahí fue donde san Josemaría pasó una noche antes
de iniciar su paso hacia Andorra, y fue en la iglesia donde encontró la rosa de
madera estofada que hoy se encuentra en la iglesia prelaticia de Santa María de
la Paz, en Roma.
Ese primer día, caminamos poco más de media hora desde
la rectoría hacia la Cabaña de San Rafael, otro sitio especialmente entrañable
para la historia de la Obra. Ahí, en medio del bosque, el sacerdote de nuestro
Club celebró la Misa. Nunca habíamos tenido una Misa así. Nos sentamos donde
pudimos, entre piedras y hojarasca, y al final permanecimos unos minutos en
acción de gracias.
Al ser chicas de San Rafael, esa Misa fue muy
especial. Éramos conscientes de que años atrás, en ese mismo lugar, otros
jóvenes acompañaron a san Josemaría, con el mismo ideal de servicio y de amor a
Dios y a las almas que nosotras luchamos por tener. Todo tenía un verdadero
clima de hogar.
Por la tarde, regresamos a la rectoría para pasar la
noche. Dos de mis amigas y yo decidimos dormir en el “horno”, el espacio en el
que san Josemaría pasó la noche antes de encontrar la rosa de Rialb.
Al día siguiente, caminamos unas 7 horas por la
montaña. No sé qué ocurrió con más frecuencia: las risas o las caídas. Creo que
unas iban forzosamente acompañadas por las otras. Finalmente alcanzamos la
Ribalera, donde tuvimos Meditación y Misa. El sacerdote leyó parte del diario
de uno de los que acompañaron a san Josemaría en su huida en 1937: «Aquí tiene lugar el acto más emocionante del
viaje: la Santa Misa. Sobre una roca y arrodillado, casi tendido en el suelo,
un sacerdote que viene con nosotros dice la Misa. No la reza como los otros
sacerdotes de las iglesias [...]. Sus palabras claras y sentidas se meten en el
alma. Nunca he oído Misa como hoy, no sé si por las circunstancias o porque el
celebrante es un santo». Al escuchar la narración, era como si las palabras
tomaran vida. A nuestro alrededor, cada piedra y árbol daban juego al escenario
de la historia que escuchábamos y vivíamos.
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Al día siguiente, hicimos la última parte de nuestro
recorrido (adaptado para poder hacerlo en tres días), que nos llevó hasta
Fenollet, casi la frontera con Andorra. En Fenollet, doña Rosa nos recibió en
su casa para darnos de comer. Y fue precisamente en esa misma casa, donde san
Josemaría descansó y donde el padre de doña Rosa (que entonces era un muchacho
de 14 años) dio de comer a él y a quienes lo acompañaban. No sé qué recordaré
con más intensidad: el platillo de ternera o la cálida sonrisa de la mujer
sencilla y alegre.
El último tramo lo hicimos en autobús; cruzamos la
frontera y alcanzamos Sant Julià de Lòria, un pequeño pueblo al sur de Andorra.
Ahí visitamos la iglesia donde san Josemaría pudo rezar ante un Sagrario por
primera vez desde el inicio de la Guerra Civil. Al mirar con nuestros propios
ojos el retablo que él vió, no pudimos evitar emocionarnos y unirnos a su acción
de gracias. Fue como si el lugar hubiera unido dos momentos en el tiempo.
Por la noche regresamos a la rectoría una última vez
para tener Misa en la iglesia donde san Josemaría encontró la rosa. El paso por
los Pirineos fue una de las partes más significativas del viaje y uno de los
mayores logros de mi vida. El cansancio, el calor y varias pequeñas
incomodidades se entrelazaron con una aventura que significó un verdadero
impulso para mi fe y mi lucha por ser más alegre y servicial. Además, me dio la
oportunidad de conocer mucho mejor el Opus Dei y su historia, y me dio la
oportunidad también de sentirme más parte de la Obra como una auténtica chica
de San Rafael.
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